martes, 26 de mayo de 2009
Diógenes, ni tanto, ni tan poco.
En efecto, Diógenes vivió como un vagabundo, convirtiendo la pobreza extrema en una virtud, en eso no hay gran diferencia con hoy en día, en la que cualquier actidud pretende tornarse como ejemplo de virtud, basta con leer cualquier titular de cualquier publicación diaria o semanal.
Diógenes practicaba con el ejemplo, leí que su casa era una tinaja, y sus pertenencias un manto, un zurrón y un báculo. Vivía sin nada más. Cabría preguntarse si fue feliz.
Para Diógenes la ciencia, los honores y las riquezas son falsos bienes que hay que despreciar, el sabio debe tender a liberarse de sus deseos y reducir sus necesidades, ¡qué ironía del destino!, pregonaba precisamente todo lo contrario del síndrome que lleva su nombre.
Acumular y acumular, quizá no sea el camino a la felicidad. Liberarse de la carga pesada de los deseos, las aspiraciones, el acopio de bienes, del consumismo exacerbado, de tener más y más, más allá de lo razonable, quizá podría contribuir a la anhelada felicidad.
Aclarémonos, ni tanto, ni tan poco como Diógenes, sólo lo justo.
Convendría delimitar que es lo justo y necesario para poder vivir, y precisamente ahí chocamos con un muro, porque las necesidades materiales, físiológicas, sentimentales, sociales, por citar algunas, existen y no se crean, simplemente son diferentes para cada ser humano.
Por tanto, si la necesidad lleva aparejado el deseo y el deseo sirve para satisfacer la necesidad en cuestión, la privación que ensalzaba Diógenes poco puede hacer para lograr la virtud y por ende, lograr la felicidad.
jueves, 21 de mayo de 2009
Palabras, palabras, palabras...
lunes, 18 de mayo de 2009
Las palabras son aire y van al aire
Me vienen a la mente unas imagenes de los monos sabios, en concreto unas que han sido esculpidas en madera e incorporadas en un edificio peculiar (que se muestra en la fotografía).
Lo más curioso de este edificio, a mi juicio, es que alberga en su interior a un caballo blanco sagrado, en el santuario de Toshogu, en la ciudad de Nikko (Japón).
Y lo más llamativo son los tres monos sabios, los Sansaru (san significa tres, y saru significa mono), pueden verse en el friso, en el segundo marco, comenzando por la izquierda, si se mira de frente la construcción.
Podemos ver al primer mono (saru) que se tapa los oídos, Kikazaru (significa "no oye"), el segundo se tapa la boca, Iwazaru (significa "no dice"), y el tercero se tapa los ojos, Mizaru (significa "no ve"). Existen varias interpretaciones, quiza la más conocida de este símbolo es "No escuches ningun mal, no digas ningun mal, no veas ningun mal". Otra versión alude a la virtud de la discreción: "No digas todo lo que sepas, no mires lo que no debas, no creas todo lo que te dicen". Por extensión también alude al pacto de silencio. O incluso, ver, oir y callar.
A veces, lo más cómodo es oir selectivamente pasando por alto sin interiorizar lo que realmente no queremos saber, sobre todo, cuando las palabras difieren de lo que los sentidos comprenden. Las palabras zalameras embriagan los sentidos, y hacen olvidar lo que sabemos con certeza; realmente no oir es una postura cómoda para vivir en el ahora.
¡Qué cómodo es ver, sólo ver lo que se quiere ver! y así seguir viviendo, omitiendo información relevante que llevaría a tomar decisiones no deseadas .
En estos momentos en los que todo el mundo dice que el que calla otorga, ¡qué difícil es mantener la lengua quietecita y no arrojar las palabras al viento, que pueden venir de regreso y hacer más daño que al lanzarlas!. Es complicado no hablar y con ello evitar daños. A veces ni contando hasta diez hallamos la calma suficiente para decir serenamente lo que deseamos expresar.
No siempre se de debe hablar, a veces es mejor callar. Es bueno recordar que aunque el viento se lleva las palabras, algunas veces se clavan en el alma y el corazón del que escucha y no se puede recuperar, el daño es irreversible.
Los sentimientos son los más juguetones y pueden llevar a ver, oir o decir, lo que resulta oportuno, apropiado aunque carezce de rigor y de valor. Creerse las mentiras, propias o ajenas, es de lo más cómodo para vivir el día a día, para mantener la esperanza, la ilusión y la sensación de bienestar.
La discreción y el no mostrar los sentimientos es una gran virtud, al menos los japoneses, se libran de exponer sus puntos débiles. La lástima, es que tampoco expresan su amor, ni en su vocabulario cotidiano existen expresiones para expresar su amor de pareja como corazoncito, cariñito, cuch-cuchi o amor mío, por poner algunos ejemplos. ¿Acaso los japoneses carecen de amor? o podríamos pensar que con usar estas hermosas y dulces palabras, ya estamos expresando y dando por supuesto y bien asentado el amor hacia la otra persona. Me pregunto ¿dónde está la verdad de los sentimientos?; ¿estarán en las palabras o en los hechos, o en ambos?
Realmente ¿dónde está el punto justo?, hasta dónde debemos dar credibililidad a esta enseñanza de tradición budista. Yo sigo pensando que es mejor callar, que entrar a saco en discusiones vanas, estériles, infructuosas y sin razón que no llevan a ninguna parte salvo al propio, o incluso ajeno, malestar.
sábado, 9 de mayo de 2009
Aquí y ahora
¿Qué tenemos?
Sólo lo que vivimos en el aquí y ahora, en el hoy, en este momento y no en otro.
Estar con la mente por la estratosfera, eso no es vivir.
Añorar el pasado que no volverá, eso no es vivir.
Soñar con un futuro sin hacer nada por convertirlo en realidad, es perder el tiempo inexorablemente.
No hay más remedio que centrarnos en lo que estamos haciendo con nuestras vidas, con cada instante vital que estamos viviendo y preguntarnos ¿nos conducen al destino deseado?
Los sueños, decía Calderón, sueños son, para que se conviertan en realidad, trabajemos en hacerlos reales.
La vida es lo que sucede, mientras nos olvidamos de vivir, por extraviarnos en nuestro propio mundo de ilusiones, de pensamientos, de deseos, de quejas, de pesares, de tristezas, de depresiones, de aislamiento, de tantos sinsabores.
Vivir aquí y ahora es querernos, es amarnos. La mente nos lleva a pensar en el amor de los demás, en sentirnos amados ¿y qué hay del amor a nosotros mismos?
La religión nos dice: ama a tu projimo como a ti mismo, ¡mal andamos!; la mayoría de las personas nos hemos olvidado del cómo querernos, nos olvidamos de vivir, escudándonos en que ahora tenemos que trabajar, ocuparnos en los hijos, en los padres, en lo que sea ¿y cuándo nos toca a nosotros?
Ahora es el momento, nunca tendremos otro mejor para amarnos y ser felices y sobre todo para pensar en nosotros.
Es tan penoso ver la infelicidad en el rostro de miles de personas que deambulan con prisa por las calles, sumergidas en su propio mundo, sin ver lo que les rodea.
¿Cúando fue la última vez que te fijaste en el árbol que está a tu lado, en el canto de un pajarito, o en el color azul intenso del cielo? . Pasamos por la vida, sin vivir, sin apreciar la belleza de lo que nos rodea, sin disfrutar el instante tan maravilloso de paladear una deliciosa comida, saborear una bebida, o incluso, ¿cuánto hace que no nos detenemos un momento para sentirnos en paz con nosotros mismos?
Tenemos prisa por olvidar y nos olvidamos de vivir. Yo la primera.
Quiero vivir, quiero sentir, quiero disfrutar del aquí y el ahora, mientras pueda, mientras la energía vital me lo permita, mientras aún sea posible sentir la llama del amor, aquí y ahora, porque no sé que me deparará el mañana, sólo sé lo que ahora tengo, aunque sea poco, es lo que hay.
Quizá como Adan y Eva, estemos viviendo en el paraíso, y tan sólo seremos concientes de lo que perdemos, cuando nos arrojen a una realidad peor o porque no, un futuro mejor es posible; aún así, recordemos el refrán, que nos viene a decir algo así como que no dejes para mañana, lo que puedas vivir hoy.