lunes, 18 de mayo de 2009

Las palabras son aire y van al aire

En realidad la frase fámosa es la de Bécquer y me he permitido hacer una breve transformación. Los suspiros son aire, las palabras aire son ... no en vano ya un adagio latino rezaba "Verba Volant, scripta manent", que nos indica que las palabras se las lleva el viento, y añade que lo escrito permanece... de ahí que en esta nuestra cultura mercantilista, todo se conserva en documentos, contratos y demás escritos formales y la palabra ata a través del compromiso.
Me vienen a la mente unas imagenes de los monos sabios, en concreto unas que han sido esculpidas en madera e incorporadas en un edificio peculiar (que se muestra en la fotografía).



Lo más curioso de este edificio, a mi juicio, es que alberga en su interior a un caballo blanco sagrado, en el santuario de Toshogu, en la ciudad de Nikko (Japón).
Y lo más llamativo son los tres monos sabios, los Sansaru (san significa tres, y saru significa mono), pueden verse en el friso, en el segundo marco, comenzando por la izquierda, si se mira de frente la construcción.


Podemos ver al primer mono (saru) que se tapa los oídos, Kikazaru (significa "no oye"), el segundo se tapa la boca, Iwazaru (significa "no dice"), y el tercero se tapa los ojos, Mizaru (significa "no ve"). Existen varias interpretaciones, quiza la más conocida de este símbolo es "No escuches ningun mal, no digas ningun mal, no veas ningun mal". Otra versión alude a la virtud de la discreción: "No digas todo lo que sepas, no mires lo que no debas, no creas todo lo que te dicen". Por extensión también alude al pacto de silencio. O incluso, ver, oir y callar.

A veces, lo más cómodo es oir selectivamente pasando por alto sin interiorizar lo que realmente no queremos saber, sobre todo, cuando las palabras difieren de lo que los sentidos comprenden. Las palabras zalameras embriagan los sentidos, y hacen olvidar lo que sabemos con certeza; realmente no oir es una postura cómoda para vivir en el ahora.

¡Qué cómodo es ver, sólo ver lo que se quiere ver! y así seguir viviendo, omitiendo información relevante que llevaría a tomar decisiones no deseadas .

En estos momentos en los que todo el mundo dice que el que calla otorga, ¡qué difícil es mantener la lengua quietecita y no arrojar las palabras al viento, que pueden venir de regreso y hacer más daño que al lanzarlas!. Es complicado no hablar y con ello evitar daños. A veces ni contando hasta diez hallamos la calma suficiente para decir serenamente lo que deseamos expresar.

No siempre se de debe hablar, a veces es mejor callar. Es bueno recordar que aunque el viento se lleva las palabras, algunas veces se clavan en el alma y el corazón del que escucha y no se puede recuperar, el daño es irreversible.

Los sentimientos son los más juguetones y pueden llevar a ver, oir o decir, lo que resulta oportuno, apropiado aunque carezce de rigor y de valor. Creerse las mentiras, propias o ajenas, es de lo más cómodo para vivir el día a día, para mantener la esperanza, la ilusión y la sensación de bienestar.

La discreción y el no mostrar los sentimientos es una gran virtud, al menos los japoneses, se libran de exponer sus puntos débiles. La lástima, es que tampoco expresan su amor, ni en su vocabulario cotidiano existen expresiones para expresar su amor de pareja como corazoncito, cariñito, cuch-cuchi o amor mío, por poner algunos ejemplos. ¿Acaso los japoneses carecen de amor? o podríamos pensar que con usar estas hermosas y dulces palabras, ya estamos expresando y dando por supuesto y bien asentado el amor hacia la otra persona. Me pregunto ¿dónde está la verdad de los sentimientos?; ¿estarán en las palabras o en los hechos, o en ambos?
Realmente ¿dónde está el punto justo?, hasta dónde debemos dar credibililidad a esta enseñanza de tradición budista. Yo sigo pensando que es mejor callar, que entrar a saco en discusiones vanas, estériles, infructuosas y sin razón que no llevan a ninguna parte salvo al propio, o incluso ajeno, malestar.

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