martes, 26 de mayo de 2009

Diógenes, ni tanto, ni tan poco.

Todos oimos hablar del síndrome de Diógenes, consistente en acumular y acumular. Vaya ironía, el tal Diógenes era Diógenes de Sínope, conocido también como Diógenes el Cínico, filósofo griego que vivió por el siglo IV a.C. practicando la más absoluta privación. Hoy en día diríamos que es un indigente y en nosotros provocariá más perturbación que admiración.

En efecto, Diógenes vivió como un vagabundo, convirtiendo la pobreza extrema en una virtud, en eso no hay gran diferencia con hoy en día, en la que cualquier actidud pretende tornarse como ejemplo de virtud, basta con leer cualquier titular de cualquier publicación diaria o semanal.


Diógenes practicaba con el ejemplo, leí que su casa era una tinaja, y sus pertenencias un manto, un zurrón y un báculo. Vivía sin nada más. Cabría preguntarse si fue feliz.

Para Diógenes la ciencia, los honores y las riquezas son falsos bienes que hay que despreciar, el sabio debe tender a liberarse de sus deseos y reducir sus necesidades, ¡qué ironía del destino!, pregonaba precisamente todo lo contrario del síndrome que lleva su nombre.

Acumular y acumular, quizá no sea el camino a la felicidad. Liberarse de la carga pesada de los deseos, las aspiraciones, el acopio de bienes, del consumismo exacerbado, de tener más y más, más allá de lo razonable, quizá podría contribuir a la anhelada felicidad.

Aclarémonos, ni tanto, ni tan poco como Diógenes, sólo lo justo.


Convendría delimitar que es lo justo y necesario para poder vivir, y precisamente ahí chocamos con un muro, porque las necesidades materiales, físiológicas, sentimentales, sociales, por citar algunas, existen y no se crean, simplemente son diferentes para cada ser humano.


Por tanto, si la necesidad lleva aparejado el deseo y el deseo sirve para satisfacer la necesidad en cuestión, la privación que ensalzaba Diógenes poco puede hacer para lograr la virtud y por ende, lograr la felicidad.

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